Minería y agricultura, representan
toda una historia y rol en nuestra sociedad y economía, tienen sus
estrategias y políticas específicas;
algunos los miran juntos, otros tratan de
separarlos, miran a uno como bueno y al
otro como malo; en fin, se crean
sensaciones más a
querer separar, que a
tratar de juntarlos amigablemente.
Agricultura y minería, representan una
forma simbólica de dar cuenta de nuestros
recursos, de cómo los
hemos tratado y explotado, de lo
poco hecho en
gestión comprometida con
su renovación, aporte, impactos y efectos positivos, responsabilidades compartidas con
sus manejos, estrategias de
sensibilización, etc. Hoy, los dos están comprometidos
en un escenario político,
económico, social y
cultural muy singular, en la que podemos ver más
desencuentros que acercamientos.
Curiosamente, el agua, nuestro preciado recurso, que no se
exporta pero se vende;
que no le cobramos al mar
por los
aportes hechos, pero que
sin
querer queriendo, permanentemente se nos
va, sin retenerlo y poco de él,
almacenamos. Esa es nuestra agua, que
hasta hoy, no ha
tenido una gestión
que dé condiciones
adecuadas en su manejo, protección y consumo.
Por lo visto, necesitamos
visiones claras. Las alianzas,
sinergias, sociedades y asociaciones públicas y/o privadas, tienen que estar
con cobertura de credibilidad, legitimidad y autoridad; los actores con sus
acciones, participaciones y productos, tienen que ser sujetos de crédito, más
por principio de Institucionalidad, que
por floreos personalizados. Tía María es
un referente estratégico, un punto de
quiebre, que no solo debemos mirarlo y comentarlo, sino decidirlo
adecuadamente. los escenarios han
cambiado; hoy se tienen
dos ministerios, Energía y Minas y Ambiente, son “nuestros
ojos” puestos en esta actividad. Cuestión de confianza y
credibilidad.
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