Dar vivas al futbol puede parecer extraño en una circunstancia en que la violencia, muerte, desinterés y demás bolas, son parte de actitudes sociales y de un discurso mediatizado, que ya parece histórico por el tiempo en que viene sucediendo y la crónica que de ella hacen; ecos reiterados de, hasta cuando, quien es el culpable, yo no fui, fue tete, además de, las formas como se manejan y como supuestamente se quiere resolver, deja, ya no mucho por desear, sino, poco que esperar en solución. Hace tiempo que me retiré de la condición hincha de estadio, hoy soy televidente deportivo, pero extraño de vez en cuando, el choclo con queso, a los patas, el gritar a voz en cuello, oye….., en fin; ese fervor casi religioso, lo perdí por todo lo que implica ir a un estadio, ver y salir de él, este ateísmo pelotero mío, no tiene porque llevarlo como cruz una nueva hinchada que ve en el futbol, al estadio y sus encantos, un espacio de encuentro con emociones y sensaciones, tanto para solitarios, amigos, patas, familia y enamorados.
El futbol visto como sistema, tiene en sí componentes que en el juego de la armonía, dan como resultado el espectáculo, y en otro juego, la violencia; el escenario del futbol no solo es el estadio y sus entornos, sino, la sociedad en su conjunto, aquí, encontramos reflejos evidentes de nuestras actitudes y comportamientos. La violencia, delincuencia, inseguridad que vive nuestro país, tiene escenarios de lo más diversos, la familia, el barrio, centros de mercadeo, colegios, universidades y por supuesto, recintos para uso masivo de gente, que tienen que ser manejados como espacio público y no como espacios privados en algunas de sus partes; lo cual limita acciones de prevención y corrección.
El futbol marca generaciones y cada una de ellas, tiene un sello por su pasividad, hinchada o agresividad; la historia de los futbolistas amateurs, aquellos que sudaban la camiseta con pundonor y vergüenza deportiva, dan cuenta de hechos y actitudes propios de sus épocas y que hoy los vemos a través del tiempo, no con nostalgia, sino con preocupación por lo que sucede; recuerdo que los chimpunes se lustraban con la pelota y no con la canilla del contrincante, que no usaban resonancia magnética, bastaba el calorcito por medio de las manos y dedos del masajista mojados de charcot, era la solución mágica; recibían propinas, además, un generoso aplauso y reconocimiento, de una hinchada que hasta hoy los recuerda; obviamente que hay marcadas diferencias con el presente, no trabajo la idea de que todo tiempo pasado fue mejor, por ahí no es, me preocupa, ver la emergencia de la violencia expresada en el futbol, la tuvimos en la política, hoy nuestros espacios urbanos expresan inseguridades y para colmo, pretendemos refugiarnos en nuestros espacios privados, de agresiones e inseguridades públicas.
Que viva el futbol, espectáculo de multitudes, la culpa no la tienen los estadios, nuestras crisis como país daban cuenta también de la institucionalidad mediocre de lo deportivo, nuestros fracasos de campeonato y clasificatorios, obligaron la aparición de dirigentes y barras bravas, todos en lo poco o mucho, tenemos culpa en estas historias. Finalmente, vuelve Lolo y usa tu fuerza para romper maderos y asustar arqueros, más no para agredir y violentar.
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