Oro y agua no debería estar en el dilema político del ser o no ser, al estilo hamletiano. Oro y agua tampoco debería ser un dilema estratégico que embarque a una gestión en objetivos y resultados, que no siempre tienen el acierto de la comprensión. Oro y agua son expresiones que representan, todo un conjunto de componentes que visto desde la perspectiva sistémica, cada uno tiene su propio rol en diseños, estrategias y políticas, pensadas siempre en tiempo presente y obviando muchas veces perspectivas de mediano y largo plazo. En este dilema, los miran juntos, los miran separados, miran a uno de ellos como bueno y al otro como malo; esas expresiones crean las sensaciones de que fueran componentes más proclives a estar separados, por ende discrepantes, que juntos amigables.
El oro representa a la minería, cuya historia en nuestro país es bien antigua y ha mostrado hechos no tan santos en épocas que estaba fuera de control; hoy las condiciones no son las mismas y conceptos como tributación, regulación, control, responsabilidad social, desarrollos comunitarios, etc., son aceptados. Vemos que tiene dos ministerios, uno del sector y el otro del ambiente, ambos son el Estado, o sea todos nosotros; son los ojos puestos en esta actividad. De otro lado, como referencia, casi el 70 % de nuestras exportaciones lo tiene la minería, gas y petróleo, y de las exportaciones mineras, casi el 41 % corresponde al cobre, 36% al oro, 8% al zinc, siguiendo con plomo, estaño, hierro, molibdeno, plata refinada. Menciono los productos haciendo la siguiente observación, el cobre tiene una tecnología de explotación diferente a la del oro, hay también una minería llamada informal, con vicios destructores y depredadores , que disputa escenario y mercado; allí en buena parte está el oro.
El agua es un recurso muy preciado que el cambio climático lo ha puesto en cuestión. Cierto que no la exportamos, pero si la vendemos, nos sirve para consumos y también la usamos para generar energía. En teoría priorizamos su uso diciendo, primero es el ser humano, seguido de agricultura, industria y por último a la minería. No le cobramos al mar, tanto de la cuenca del pacifico como del atlántico, de todos nuestros aportes; hacemos procesión por lluvias y por sequias, nos peleamos por ella, en fin; sin querer queriendo, es nuestro liquido elemento que permanentemente se va y no lo retenemos, poco la almacenamos para tenerla y regularla, de paso también, poder generar energía. Esa es nuestra agua, que hasta hoy no ha tenido una gestión que dé pauta de condiciones adecuadas en su manejo, protección y consumo.
Oro y agua representan una forma simbólica de dar cuenta de nuestros recursos, de cómo los hemos tratado y explotado, de lo poco hecho en gestión comprometida con su renovación, aporte, impactos positivos, responsabilidades compartidas con sus manejos, estrategias de sensibilización, efectos positivos hacia adelante en su valor agregado, etc. En todo caso, no hay dilema, solo necesitamos decisiones políticas en posibilidades tecnológicas, productivas, económicas y sociales; estas decisiones y gestiones presentes, deben de marcar derroteros futuros indudablemente; donde agua y oro sí, pero con cambio productivo, crecimiento y desarrollo económico que genere inclusión y bienestar.